Estoy engripado. Salí pensando que hacían 25 grados y hacían 8; le di importancia a un artículo de la MUY que decía "es imposible engriparte por frío, sino sólo por contagio", y estoy engripado. (Perico Villagra había dicho en alguna clase que la MUY era una revista de poca fiabilidad científica).
Esto me recuerda a una página que escribí, también engripado, hace dos años: el año 2010, en muchos sentidos el año del quiebre. Me había engripado a principios de abril, pero tenía una preocupación mucho mayor: ¿mi vida estaba sumergida por vocación en el ambiente académico o estaba haciendo algo que me privaba de libertades personales? Ese año sentí como nunca que el peso del mundo estaba sobre mis hombros, mucho más que ahora, lo cual para mi yo del hoy está muy bien. Un par de sesiones espirituales (ya escribí sobre eso en otra entrada) solucionaron o paliaron el problema pateándolo fuera de mi vista y mi limitada intuición.
La página dice así:
GALILEO con los ojos en órbitas mi destino mis deberes! están escritos con trazos gruesos y colores pastel
los ojos me duelen de tanto soñar y no de tanto ver
mis dedos se paralizan paulatinamente desde el amanecer al atardecer
me siento en las últimas del día y son recién las seis...
regreso a casa con mi mochila llena de soldaditos de ibuprofeno y ojalá mañana esté mejor después de tanta pastilla masticable
Recuerdos. Del 2010 los hay e innumerables.
"La chair est triste, hélas!
et j'ai lu tous les livres."
(S. Mallarmé)
Ayer quería conciliar el sueño, eran las una y media (no sé por qué me acosté tan temprano) y recordaba a cada rato a Juli "diciendo" que un ser humano tarda siete minutos en dormirse; yo estaba tardando mucho más. La Eneida me había aburrido, y Aureliano estaba dormido, así que reconocí la oportunidad como una oportunidad de oro; nadie podría molestarme, era hora de tener esos sueños que a la mañana demandan ser escritos para recordarse, a la tarde recordarse para ser escritos y a la noche recordarlos leyendo.
Antes de ese sueño decidí poner una música para poder dormirme. Revisé mi celular y no dudé demasiado (pero sí un poco) en poner Jazzuela otra vez, el disco inspirado o recopilado en pasajes de la opus citatum. El disco me lo sé de memoria, ¿y por qué me lo sé de memoria?
Se me vino a la cabeza de que nunca había descrito con detenimiento acá la biblioteca, el trabajo que tuve el año pasado por tres o cuatro meses y seguramente el mejor trabajo que tenga en mi vida. (Sería una lástima que la vida sea un ciclo, que es precisamente como la concibo por momentos, y su coherencia en la trama haga que pasara el resto de mi vida encerrado en esa biblioteca cuando alguno de los que la administra ahora se jubile; sería una lástima porque a la larga deviene en una prisión, y creo que también escribí sobre eso).
Jazzuela me recuerda a la biblioteca, y en el momento me dieron muchísimas ganas de escribir sobre ella acá; Horacio Quiroga dice en un decálogo para el buen escritor que no sucumbir a una emoción y evocarla luego nos sitúa a medio camino al arte. Lo recordé en ese momento, y aparte ya me daba sueño (me dormí en Empty Bed Blues, que es la canción número seis), entonces trato de escribir sobre la biblioteca ahora.
La biblioteca Cervantes es una biblioteca fundada en los años 40 o 50 en un colegio católico que comenzó siendo de barrio, pero pasó a ser uno de los más prestigiosos de la ciudad. El cálculo de los años es puramente intuitivo; después corroboraré el dato con fuentes confiables. Consiste en un gran salón, dos veces más grande que un aula regular, dividido por una pared de estantes; esta pared separa lo que es el sector apto para todo público (literalmente todo público, aunque el público se va reduciendo de a poco) y el sector restringido de libros de consulta y las obras más viejas que nadie consulta ni por curiosidad menos yo; rescaté de sus anales un libro de Lanata y una biografía de Napoleón.
Trabajé ahí dos semanas a principios del año pasado 2011 y no me gustó; con la plata que cobré vine por primera-segunda vez a Córdoba. Odiaba el trabajo pero la avaricia me hizo aceptarlo de nuevo en agosto, y entré de nuevo el 18 (no me olvido el día y no sé por qué); para colmo de codicioso tuve que dejar algunos cursos que estaba haciendo, primero temporalmente pero no sabía que iba a durar hasta diciembre.
Entonces son en total cuatro meses. Déjeseme explayarme sobre todas las cosas que quiera de esta biblioteca; han sido cuatro de los meses más poco interesantes de mi vida, pero más bellos, como una canción de Belle & Sebastian, "la poesía del aburrimiento".
La biblioteca es un lugar para estar las siestas de invierno. Y a mí me tocó trabajar a la siesta, y para mejor, de invierno; el invierno en Corrientes no es el invierno de Glasgow, pero podía apreciar las gotas de lluvia por la ventana, agradeciendo estar encerrado y sobre todo agradeciendo estar en silencio. Escribí sobre esas gotas, creo, alguna vez improvisada. Ese lugar tenía un silencio que no escucho hace mucho, un silencio denso, atrapante, sobre todo silenciante; creaba una cadena que nos hacía a nosotros comunicarnos por miradas hasta que alguno rompía el silencio con desasosiego, olvidándose que no se trataba de un maleficio. Este silencio me pareció primero insoportable, después ideal. Comencé a aprender a dominar mis estados de ánimo. Venía de hacer muchísimos viajes muy intensos donde que más valía actuar que saber y saber, aprender, era una actividad tediosa incluso siendo pasajera. Tuve que aprender a olvidarme de Boom Boom Kid y los bares del bv. Pellegrini para pasar cinco horas reloj dentro de cuatro paredes, llenas de libros a rebosar.
(¿Cuánto de esto hubiera sido posible si hubiera dudado de mi vocación académica? Seguramente casi nada; lo hubiera hecho igual, ya lo digo, por codicia. Fue la razón que movió mi permanencia las dos primeras semanas, hasta que como quien dice "le agarré la mano". En buena hora: los últimos pesos del sueldo duraron hasta los primeros días en Córdoba, ya bien entrado el año siguiente).
Una vez dominados mis estados de ánimo, comencé a crear mi lugar. Fue ahí cuando, usando sin permiso los grabadores que nadie necesitaba, puse compilados de música que yo mismo grababa; había conocido a Belle&Sebastian hace poco y el If You're Feeling Sinister lo escuché sólo dentro de la biblioteca y nunca fuera, donde no hubiera comprendido su encanto; ya acá, descubro que es música para bibliotecas, y bibliotecas son lo que menos frecuento. Me fuerzo a entender el álbum como uno entiende el mundo, pero es inútil: para mí, ese álbum
es la biblioteca,
es el polvo de los libros viejos y
es sobre todo las palabras "Sí, pero quién nos curará del fuego sordo...". No pasa con otros, éste es especial; sigue siendo uno de mis álbumes favoritos de todo el mundo, así su escucha genere tanto bocas torcidas como sonrisas de admiración.
También hubo en la biblioteca otros álbumes, como Bird&Diz ("— ¿Te gusta el jazz? —Hasta finales de agosto. —Te pregunté si te gusta el jazz, no hasta cuándo estás."), y fun., otras bandas indie que no me acuerdo y a veces un poco de Mano Negra (su Sidi'h'bibi faïn houa me daba ganas de leer Borges y sus críticas infinitas a la traducción de las Mil y una Noches).
Es dificilísimo, ahora que estoy acá, comenzando acaso de cero, tratar de conseguir un trabajo que me guste tanto como el que tuve desde agosto hasta diciembre; trato de recordar que al principio no me gustó y quizás acostumbrarme al callcenter también sea cuestión de tiempo, pero en realidad lo que realmente me gustaba de eso era que tenía mi espacio. Está claro, era nivel Medio, por así decirlo; ningún pendejo (y los había de 12 a 14 ó 15 años) iba a acercarse por cuenta propia a leer. Cuando me fui haciendo amigos, que venían constantemente en los recreos, la cosa fue perdiendo un poco de interés para mí, si bien se fue haciendo más dinámica; hablar con alguien ya no me gustaba para septiembre, y cuando llegó noviembre ansiaba como fuera un tiempo de silencio y paz para poder seguir leyendo las obras completas del viejo. Allí experimenté la desazón que me dio Oliveira en Buenos Aires, así como la incertidumbre de algo que iba a pasar muy lejos, que podía pasar muy lejos. Ahora que lo veo en perspectiva, la ciudad natal es natal porque en ella está nuestro espacio desde que somos chicos; jamás hubiera sospechado cuando entré a ese colegio que "el día de mañana" (expresión que aman nuestros padres) terminaría siendo bibliotecario en él. Comencé azarosamente ahí, y sin embargo, todo lo que hago ahora fue producto de ese azar: ése azar me impulsó a elegir una vida de constante inutilidad, guiándome más que nada por el sentimiento hacia lo que uno hace (que en un callcenter no comprenden demasiado), y tratando de crear constantemente un espacio donde pueda irme sin-que-me-hablen para poder pasar en limpio mis experiencias, horrorosas experiencias de un pasado visto en perspectiva desde un calmo presente
en una hoja con súbito olor a mañana de sábado en Resistencia (y el viernes anterior a la noche, que en brazos de Isis era más o menos el mismo olor pero amplificado y en acción profunda).
Creo que me quedé con ganas de escribir sobre algo, pero esto me parece un cierre apropiado. Cualquier cosa no descarto una segunda parte, quién te dice. Una última cosa a saber: Cervantes, presente en el título de la entrada, es el nombre de la biblioteca; hay una entrada acá que se llama
"Cervantes relativizando la mersa" y no sé de qué habla, pero en ese momento mi desprecio por la gente que la frecuentaba era casi total y me molestaba que los educadores pasaran tanto por alto la ignorancia de sus paidós, ovejitas desinteresadas presentes y bostezando.